DEL LAMENTO AL JÚBILO
Dedicado para todas las personas que han sido levantadas de las cenizas
por el amor y poder de Dios.
Se siente el silencio, para muchos el
silencio desesperanzador que anuncia la llegada de una batalla
perdida, un silencio profundo, que perturba, crece la ansiedad de encontrar una
voz que aplaque la angustia presente. En medio de tanto malestar sólo se puede
sentir el leve roce de las lágrimas que recorren las mejillas, nada las
detiene, crece la angustia y empieza el período de posguerra de la
batalla recién perdida.
Cualquiera diría,
en él no hay esperanza, y su corazón se ve desolado, su alma gime desconsolada.
En medio de tan
desolador panorama aparece un ínfimo granito de vida, del tamaño de una semilla
de mostaza, es la dimensión de su fe, empieza el Espíritu de Dios a susurrar en
el oído de aquel hasta entonces hombre derrotado, "ese tamaño, aunque
ínfimo, es suficiente, puede mover montañas, si tan sólo la pones a funcionar,
no te enredes en las confusiones del raciocinio humano, sólo cree, ten fe,
porque si crees agradarás a tu Padre Celestial, deléitate en Él, y concederá
las peticiones de tu corazón."
Tras estas
palabras de aliento, que son verdades absolutas, las lágrimas paran su
recorrido, el corazón está lleno, la ansiedad y la angustia sólo son borrosos
recuerdos sin retorno, y el que hasta entonces era derrotado, se levanta
esperanzado con la frente en alto, buscando el rostro del Dios Altísimo, y lo
encuentra, quedando bañado con su esplendor.
Con nuevos ánimos
y su fe poderosa, levanta un grito que rompe el silencio, un grito diciendo:
¿Por qué te abates alma mía, y te turbas dentro de mí?, si aún he de alabarte,
salvación mía y Dios mío.
Comienza la nueva
batalla, y el que antes se veía derrotado, ahora es victorioso, confió en el
Dios Altísimo y venció en la batalla.
El victorioso,
ahora es agradecido, clausuró la batalla dando gracias, exclamando: "Señor
ya pude ver tu gloria, que sólo es superada por tu inmenso amor por mí."
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