Yacía el anciano en su lecho y con sus últimas fuerzas dijo:
"Bueno de uno u otro modo mi tiempo se acaba, Jesús está a mi puerta y ya quiero abrazarle, El es mi amado, y quien consuela mi vida, cuenta mis lágrimas y ninguna deja caer en vano, adereza mi mesa en medio de mis angustiadores, sacia mi vida de su sabor, me alimenta, me infunde aliento, me santifica y justifica, me enseña, con amor me disciplina, levanta mi cabeza y sobre todo nunca me defrauda, y siempre me contesta, cómo no querer estar con Él?"
Luego de esto su alma quedó encomendada al Señor, y en su último suspiro falleció con una tierna sonrisa en su cara.
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